
Por Ericel Vásquez
Me he preguntado si la paz se halla en un día después de esperarla por algunas semanas, las gotas de lluvia que resbalaban sobre el vidrio del autobús le ponían un poco de melancolía a esta pregunta. Una cirugía a corazón abierto para liberar una obstrucción que había estado impidiendo el flujo de un duelo que seguía generando síntomas similares a una agorafobia encarnada, fue el momento antes de abordar un viaje más. Y es que una buena noche donde dos copas de vino y un cigarro había generado un taquicardia un poco difusa, remató en un insomnio dormido, donde el sueño mismo reproducía lo que podría estar sucediendo si yo hubiese permanecido despierto las 8 horas de descanso deseado.
Cuando desperté 3 horas antes de levantarme, pensé que no había dormido nada y que solo había pestañeado 10 minutos, pero había dizque dormido 5 horas platicando y elaborando fórmulas matemáticas con mis compañeros y amigos de juerga. Por la ventana se veían las estrellas que ante mi desvelo trataba de unir con líneas imaginarias tratando de vislumbrar las constelaciones, pero en medio de una gran ciudad algunas estrellas se perdían con tanta luz. Un pensamiento obsesivo y recalcitrante le ponían la cereza a este pastel de exageración de unos sentimientos que no se hallaban en la negación, ni en el enojo, tampoco en la tristeza o la resignación, y menos en la aceptación, es entonces que sabía que algo estaba mal, no me quería denominar enfermo de algo que ni siquiera existe, o más bien, que no sabía que existía, una ‘obstrucción de duelo’.
Al poner mi pie en el piso ya con el cielo azul, estaba preocupado, sabía que algo que había temido y que en alguna ocasión me habían dicho que podría padecer por fin hacía acto de presencia, y como viejo que quiere darse ánimos y con más coraje que valentía me dispuse a medicarme de la misma forma en que a lo largo del tiempo lo había hecho para distraer a la disposición patológica que ahora me aquejaba, una dosis de adrenalina que era lo mejor para seguir la vida sin preocupación alguna, pero eso al final es lo que me ha llevado a esa obstrucción de las arterias de la que he sido operado.
En la tabla de operaciones, la anestesia la acompañaban unas palabras sobre lo que yo era, sobre mi futuro, sobre el hombre que soy; como en cualquier operación no supe en qué momento me quedé dormido, pero al despertar, ya sentía una caravana de sentimientos, el dolor de una pérdida, el amor al que le había dado una palmadita y un billete de 100 para que se hiciera el loco y se comportase como si no hubiera pasado nada, y el miedo a saber que no soy amado más, que hoy se ha vuelto hoy, ya no ayer disfrazado de hoy. Las recomendaciones del cirujano aún más difíciles, demasiado estrictas y peligrosas, la obstrucción había hecho que el duelo cayera gota a gota como un suero para el enfermo, la solución presentada era tener un duelo a muerte con aquello a lo que tanto le he huido, ahora que los sentimientos, la sangre y la conciencia ya tenían libre paso.
Una vez que negué el tratamiento, como si todo hubiese sido un sueño más, he amanecido en domingo de adviento, y con ésta ola que ha pasado, me llega a la mente aquel cuento de Charles Dickens y los fantasmas de la navidad; “espero no lleguen este año” me decía, y como si siguiera teniendo un razonamiento onírico la confusión me hacía pensar en la posibilidad de lo real que acontecía en mi conciencia, minutos más, cayendo en cuenta que eso era imposible puse una vez más mi pie en el piso, ahora en otro cuarto, mi lugar.
Cuando desperté 3 horas antes de levantarme, pensé que no había dormido nada y que solo había pestañeado 10 minutos, pero había dizque dormido 5 horas platicando y elaborando fórmulas matemáticas con mis compañeros y amigos de juerga. Por la ventana se veían las estrellas que ante mi desvelo trataba de unir con líneas imaginarias tratando de vislumbrar las constelaciones, pero en medio de una gran ciudad algunas estrellas se perdían con tanta luz. Un pensamiento obsesivo y recalcitrante le ponían la cereza a este pastel de exageración de unos sentimientos que no se hallaban en la negación, ni en el enojo, tampoco en la tristeza o la resignación, y menos en la aceptación, es entonces que sabía que algo estaba mal, no me quería denominar enfermo de algo que ni siquiera existe, o más bien, que no sabía que existía, una ‘obstrucción de duelo’.
Al poner mi pie en el piso ya con el cielo azul, estaba preocupado, sabía que algo que había temido y que en alguna ocasión me habían dicho que podría padecer por fin hacía acto de presencia, y como viejo que quiere darse ánimos y con más coraje que valentía me dispuse a medicarme de la misma forma en que a lo largo del tiempo lo había hecho para distraer a la disposición patológica que ahora me aquejaba, una dosis de adrenalina que era lo mejor para seguir la vida sin preocupación alguna, pero eso al final es lo que me ha llevado a esa obstrucción de las arterias de la que he sido operado.
En la tabla de operaciones, la anestesia la acompañaban unas palabras sobre lo que yo era, sobre mi futuro, sobre el hombre que soy; como en cualquier operación no supe en qué momento me quedé dormido, pero al despertar, ya sentía una caravana de sentimientos, el dolor de una pérdida, el amor al que le había dado una palmadita y un billete de 100 para que se hiciera el loco y se comportase como si no hubiera pasado nada, y el miedo a saber que no soy amado más, que hoy se ha vuelto hoy, ya no ayer disfrazado de hoy. Las recomendaciones del cirujano aún más difíciles, demasiado estrictas y peligrosas, la obstrucción había hecho que el duelo cayera gota a gota como un suero para el enfermo, la solución presentada era tener un duelo a muerte con aquello a lo que tanto le he huido, ahora que los sentimientos, la sangre y la conciencia ya tenían libre paso.
Una vez que negué el tratamiento, como si todo hubiese sido un sueño más, he amanecido en domingo de adviento, y con ésta ola que ha pasado, me llega a la mente aquel cuento de Charles Dickens y los fantasmas de la navidad; “espero no lleguen este año” me decía, y como si siguiera teniendo un razonamiento onírico la confusión me hacía pensar en la posibilidad de lo real que acontecía en mi conciencia, minutos más, cayendo en cuenta que eso era imposible puse una vez más mi pie en el piso, ahora en otro cuarto, mi lugar.
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