
Por Charlie Blades
Mientras dormía tuve pesadillas. Entonces, mi corazón -perturbado y cansado- abrió una compuerta situada en mi pecho, se desprendió de todas sus arterias, dejó un papel que decía "salí a sentir, regreso al rato", tomó su abrigo y su sombrero y salió caminando, dejando al cuerpo muerto por unos momentos. Quiso ser libre un rato.
Salió, entonces, a tomar aire a la calle donde el poste de luz falla seguido y el camino está en un constante amanecer y anochecer; tanto, que insectos y borrachos pierden la noción del tiempo en ella. Se sentó en la acera y sintió, no pensó nada porque ese no es su trabajo. Sintió el frío de la noche y el silencio de los grillos, intentó suspirar pero aquello tampoco estaba entre sus facultades.
Fue así, cuando el poste dio luz momentánea, que apareció una araña peluda -de aquellas que protagonizan películas de terror de bajo presupuesto- acercándose sigilosamente hacia el corazón. Sintió terror: estaba indefenso y expuesto al ataque de la araña. El feo animal se acercaba paso a paso sin apresurarse, a pesar de que el corazón ya lo había visto, como si sintiera placer observando el terror de sus víctimas; por supuesto que el órgano vital era un jugoso platillo para una húmeda noche a principios de junio, cuando las primeras lluvias caen y millares de insectos molestosos florecen.
El poste se apagó y reinó la oscuridad de nuevo en ese tramo de la calle. El corazón sintió que, de haber tenido culo, se hubiera cagado ahí mismo. También quiso rezar, pero ya no sabía como hacerlo de tantos regaños y prohibiciones propinadas por su jefe, el cerebro. Quiso correr pero ya era demasiado tarde; conocería su destino cara a cara, y el resto del cuerpo moriría por su culpa, qué desastre. Se resignó a morir.
Cuando el poste se prendió de nuevo, la araña estaba junto a él almorzándose una pequeña cucaracha que había estado cerca del corazón y que éste no había visto. Parecía que el insecto ni siquiera había notado la presencia de mi órgano vital. “Pensé que me comerías a mí”, dijo a la terrorífica presencia que disfrutaba de su cena, pero ésta se limitó a mirarlo de reojo y a marcharse caminando, mientras decía “no, tú ya tienes el veneno de otro tipo de araña en tu sangre” y, cuando el foco volvió a fallar, desapareció en la oscuridad de la noche.
El corazón regresó de nuevo a sus obligaciones diarias y retiró el letrero. Cuando el cerebro, ya más tranquilo, le preguntó dónde había estado y por qué su ritmo estaba tan extraño, solamente respondió: “pareciera que no fui a ningún lado”.
2 comentarios:
"Salí a sentir, regreso al rato" es una daga...
Bienvenido, Charlie!
"sintió que si hubiera tenido culo, se hubiese cagado ahí mismo..." genial
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